Esta es una de las causas de la mayoría de los problemas no resueltos entre las personas, “el deseo de cambiar al otro”. La repercusión es muy negativa para el equilibrio emocional de la persona que tiene la pretensión de que otros cambien. El motivo por el cual es considerado como una práctica perjudicial es porque quien tiene esta intención se queda estancado en ese deseo y no evoluciona, no avanza y esto produce sufrimiento y frustración. Además es tiempo que restamos para con nosotros mismos, en nuestra mejora y evolución.
Cuando esto sucede, si nos sentimos reconocidos llevando a cabo esta práctica, entonces hay caminos que recorrer, no son fáciles pero recorrerlos es la única salida. Si esto nos ocurre, el conflicto lo tiene quien se siente así (es el que siente la necesidad del cambio en otros) y no del otro, al que pretendemos cambiar (el cual posiblemente no siente la necesidad de cambiar lo que le pedimos).
Lograr concentrarnos y conectar con lo que sentimos en ese momento, reconocerlo (entender porque siento la necesidad de que el otro cambie) y expresarlo, entender que las emociones que siento cuando el otro actúa de alguna manera están relacionadas con mi propia historia es una de las reflexiones más importantes que pueden cambiar nuestra vida. Los hechos son reales, pero la interpretación y el significado lo ponemos nosotros en función de nuestras creencias.
Un ejemplo claro: seguro que te has encontrado en situaciones, por ejemplo en el trabajo, en las que varias personas han interpretado una situación de diferente forma, a unos les afecta mucho y a otros nada. Cuando estás en una reunión de amigos y una persona tiene un determinado comportamiento, a todos no les afecta por igual, cada uno lo interpreta de una manera y ¿por qué sucede esto? Todo depende de tu historia pasada, de tus vivencias y creencias. Éstas son la causa de la interpretación que realizas de la escena y esto provoca una determinada emoción en ti. Pueden movernos la necesidad de atención, de valoración, el miedo a sentirnos abandonados, miedo a la crítica, etc.
Si tratamos de justificar que el otro es “el culpable” no resolvemos nuestra situación y sólo buscamos que el otro “no sea como es”, algo inútil. Un claro ejemplo práctico: si te pidiera que cambiaras mañana, que tuvieras que ser diferente de cómo eres, más atrevido, más reservado o menos pesimista, etc.… ¿qué dirías?, ¿qué harías?. Seguro que me asegurarías que no sería posible, con lo cual ¿por qué exigirlo a otros? Si lo reflexionas, al que no le gusta esa forma de ser es a ti y no al otro, con lo que será difícil que lo cambie por ti. Es una necesidad tuya la de su cambio, no suya, pero ¿por qué es tu necesidad? Esta reflexión es la clave de todo.
El primer paso, para revertir esta situación, es aceptar que la otra persona es como es y que no puedo cambiarla. El segundo paso es bucear en nuestras propias sensaciones, preguntarnos ¿qué es lo que el otro provoca en mí? ¿Por qué o para qué necesito que el otro me preste atención o sea de otro modo?… Esto nos permite asumir la responsabilidad de nuestras emociones y dejar a un lado las acusaciones lo que permitirá que las relaciones mejoren. Además permitimos que el otro sea auténtico. Ofrecerme la oportunidad de detectar las emociones negativas que se producen en mí es lo único que permitirá cambiarlas. El otro no puede cambiar nuestra forma de sentir y nosotros no podemos cambiar la forma de sentir del otro.
Recuerda: Cuando algo me molesta del otro, casi siempre significa que en realidad me molesta de mí. Si yo no estoy en conflicto con ese aspecto, no me molesta que otro lo tenga. De manera que siempre mi pregunta es: ¿por qué me irrita esto del otro?, ¿qué tiene que ver conmigo?
Aprovechar los conflictos para el crecimiento personal, de eso se trata. En lugar de utilizar mi energía para cambiar al otro, utilizarla para observar qué hay en mí con respecto a ese momento, circunstancia, comportamiento o persona que me molesta y abre viejas heridas no reconocidas y sin resolver.