Todos deseamos mantener una relación de pareja basada en el amor y la felicidad, sin embargo, ¿hacemos todo lo que está en nuestra mano para conseguirlo? o, por el contrario, ¿nos mantenemos a la expectativa sin cuidarla día a día? ¿Lo dejamos al otro o a la suerte?

Alimentar la relación, reforzar su estructura interna, día a día, es algo básico para mantener la salud de la pareja.

Ocurre que en muchas ocasiones, sin apenas darnos cuenta, seguro que esto te suena, utilizamos el silencio o la ausencia de intervención para que el otro haga algo. Dejamos de expresar afectos porque el otro debe saber lo que siento, dejamos de hacer planes juntos, ocurren descuidos, ni estimulamos ni nos sentimos estimulados, mantenemos rencores pasados, priorizamos nuestro trabajo u otras cosas frente a la pareja, etc. Esto puede llegar a hacer mucho daño en una pareja, se convierte en un “tóxico”. Contrariamente a la creencia de que es una conducta pasiva, la indiferencia no consiste sólo en dejar de hacer algo. Consiste en dañar mediante la supresión de nuestra intervención allí donde nuestra intervención sería esperable. Todos esperamos algo del otro y el otro también espera algo de nosotros. Cuando esa espera se ve frustrada, la relación se resiente. La indiferencia provoca que la pareja no se sienta estimulada en la relación y pierda el interés, lo que a su vez también hace que tú no sientas felicidad en la pareja.

La indiferencia es destructiva porque genera un progresivo sentimiento de distancia y extrañamiento respecto del otro. Cuando esa forma de relación persiste a través del tiempo, quienes alguna vez dijeron amarse, terminan por convertirse en dos extraños con pocas cosas en común, como no sea el espacio físico que comparten. Además, cuando una pareja cae en la indiferencia sus sentimientos quedan “paralizados” a la espera de ser manifestados y esto puede ser la causa de que se huya de la relación de alguna manera, se busque a una tercera persona, se agreda verbalmente a un miembro de la pareja, etc. En definitiva, la relación muere.

El hecho de que actuemos de esta forma está precedido por un sistema de creencias sobre cómo debe ser una relación. Estas creencias se graban en nuestra mente a lo largo de nuestra historia, tratamos de imitar el modelo o patrón de pareja con el que hemos ido creciendo o que nos han hecho creer que es el correcto. ¿Cómo ha sido la relación de tus padres o familiares? ¿Se mostraban afectivos, eran agresivos entre ellos, mantenían conductas pasivas, era una relación de dependencia? Recuerda que siempre tratamos de imitar de algún modo todo aquello que hemos aprendido La relación es cosa de dos, nunca de uno, ambos tienen que trabajar para que esto no suceda, el que lo lleva a término y el que lo acepta como algo natural. En una pareja son ambas partes las que ponen algo en juego.

¿Cómo evalúo la situación de mi pareja?

La pareja, básicamente, se mantiene si existe satisfacción y reciprocidad, es decir, si nos sentimos bien y nos hacemos sentir bien y todo cobra sentido porque lo que invierto lo recibo, con ello evolucionamos. Una pareja sana siempre suma y nunca resta.
Lo que sustenta a la pareja son 3 áreas básicas: compromiso, pasión e intimidad. “Las cuatro patas de la mesa” que mantienen a una relación estable son: la comunicación y toma de decisiones, relaciones sexuales, recreación o actividades en horas libres y las finanzas.
Es importante evaluar nuestro sistema de comunicación, el sistema de gratificación o expresión de afectos, el sistema utilizado para la toma de decisiones, grado de empatia, capacidad de negociación, relaciones sexuales de calidad y grado de conciliación etc.

Hay que tener muy presente no tratar de culpar nunca al otro, que cada miembro asuma su responsabilidad, tener el deseo de llegar a un acuerdo y utilizar la negociación para encontrar puntos comunes que nos permitan resolver cualquier problema.

¿Cuál es vuestro grado de satisfacción en estas áreas?…