Si observas cualquier conversación a nuestro alrededor o la que nosotros estemos teniendo en algún momento, te darás cuenta de que siempre gira en torno al sufrimiento, a las desgracias que nos suceden, a que la vida no es como queremos que sea y un largo etc. de cosas negativas. Sufrimos inútilmente más el 95% de las ocasiones. En la mayoría de los casos, una vez superada la situación o el problema, podemos reconocer que no era necesario tanto sufrimiento. Por lo tanto, ¿ciertamente es necesario tanto sufrimiento? ¿Sirve para algo? ¿Por qué sufrimos?…

En la mayoría de las ocasiones, consideramos que la situación es la que provoca el malestar o creemos que sentir cierta emoción es inmodificable. En realidad, no son los acontecimientos ni las emociones las que ocasionan nuestro sufrimiento, sino más bien lo que pensamos sobre ello y lo que hacemos con ello. Lo verdaderamente importante es el pensamiento, ya que es previo a la emoción y responsable de ella.

La forma de interpretar la vida y los pensamientos proceden de creencias que hemos aprendido a lo largo de la vida y que, en muchos casos, son irracionales. Si nuestra forma de ver la vida no es racional o equilibrada, nuestras emociones tampoco lo serán. Nuestra cultura y educación parece que están más enfocadas en ofrecernos una visión negativa de la vida, lo cual nos conduce a sufrir.

Por ejemplo, si aprendí que las dificultades son una desgracia (creencia irracional), en el momento que algo me suponga un esfuerzo (acontecimiento) pensaré que es una desgracia (pensamiento negativo) y mi emoción será la frustración (emoción negativa). Si, por el contrario, aprendí que las dificultades son oportunidades para aprender y que superarlas me refuerzan (creencia racional), cuando tenga alguna dificultad trataré de superarla y la emoción que me acompañará será la motivación (emoción positiva). A las creencias irracionales les acompañan emociones negativas y a las creencias racionales, emociones positivas. Si estás sufriendo más de la cuenta, ponte a analizar tus creencias cuanto antes…

Durante nuestra infancia no nos enseñan a gestionar las emociones y enfocarnos en las emociones positivas. Normalmente, nos enseñan a defendernos y a huir, pero nadie nos entrena para la auto observación. Aprendemos que todo nuestro ser y sentir depende del exterior. Esta es la razón por la que afirmamos que “es él el que me provoca malestar”, “la situación me frustra”, “todo lo que me sucede es lo peor”, etc. En realidad, todas nuestras emociones dependen de nuestra forma de interpretar esto. Nadie puede entrar en nuestra mente para ordenarnos qué pensar. Sólo nosotros elegimos nuestros pensamientos y nuestras emociones dependen de ello, no del resto de la gente ni de la vida. Si consiguiéramos identificar y cambiar estas creencias podríamos, incluso, sentirnos bien aunque la realidad fuera difícil.

Ahora bien, existe un sufrimiento positivo. Es aquel que te hace reaccionar pronto y facilita que, sin hundirte, aprendas de la situación vivida e incorpores un nuevo recurso al repertorio de tus conductas. Es cierto de existen emociones como, por ejemplo, el dolor que en determinadas circunstancias es lógico sentirlo, pero cuando este dolor es desproporcionado, es decir, lo exageramos, entonces es cuando aparece el dolor innecesario. En el caso de una ruptura, el dolor de la pérdida es algo natural, pero si después de 1 año continuamos sufriendo, esto es algo innecesario, es opcional y significa que elegimos sufrir. Por tanto, afirmamos que el dolor es natural y el sufrimiento es opcional.

Entonces, ¿por qué sufrir? No existe ninguna razón de peso ni objetiva que pueda justificar el sufrimiento innecesario. Lo único que lo explica es que lo has aprendido, así pues, para cambiarlo sólo tenemos que sustituirlo por creencias positivas.

Para que nuestro sufrimiento sea positivo:
Acepta lo inevitable. Deja de complicarte la vida. No creas que estás en posesión de la verdad, cuestiona tus pensamientos. Empieza a confiar en ti y deja de creer que la solución está en los demás. No permitas que los “otros” sean los dueños de tu vida y emociones. No arregles las cosas con cambios drásticos. No vivas las contrariedades como tragedias. No te dejes contagiar por el pesimismo, etc.

Tener los recursos suficientes para analizar nuestra vida y a nosotros mismos, centrarnos más en nosotros que en el exterior y conocer nuestras creencias y emociones.

En definitiva, asumir el control de nosotros mismos y cultivando la inteligencia emocional asumiendo que cada instante tiene un sentido es la clave para dejar de sufrir.