En los últimos tiempos está apareciendo una amplia variedad de información publicada en los diferentes medios de comunicación ya que cada día más, el impacto social y mediático de las enfermedades que están marcando una década de estrés, ansiedad y depresión es progresivamente elevado. El interés por las emociones y sus efectos en la salud cada vez adquiere más relevancia.

Está comprobado científicamente que es un hecho real que las emociones que experimentamos provocan cambios en nuestro organismo. No podemos poner en duda que existen aspectos psicofisiológicos que acompañan a las emociones (por ejemplo el miedo produce la aparición de taquicardias o sudoración entre otros).

En las últimas décadas gracias al trabajo realizado por disciplinas como la Medicina Psicosomática, la Psicología de la Salud etc., se ha recopilado una gran cantidad de datos que explican la relación entre los factores psicológicos, la salud y enfermedades físicas. De entre dichos factores tienen especial relevancia las emociones.

La ansiedad, por ejemplo, es la emoción con más peso como prueba científica al relacionarla con el inicio de la enfermedad o el curso de la recuperación. Si ésta se presenta de forma crónica ya sabemos que se convierte en un riesgo para la salud. Esta influye en la contracción de enfermedades infecciosas tales como resfriados, gripes y herpes. Normalmente nuestro sistema inmunológico combatiría estos virus, sin embargo, con la ansiedad las defensas fallan. Durante la tensión, las respuestas hormonales suprimen ciertas funciones inmunológicas, haciendo que las personas sean más susceptibles a los patógenos que causan infecciones. Cuando la ansiedad persiste, las actividades inmunológicas pueden estar deprimidas, disminuyen.

El estrés mental crónico parece inducir la superproducción de un producto químico, el péptido derivado del gen de la calcitonina en los terminales nerviosos de la piel. Por esto, el péptido recubre excesivamente la superficie de ciertas células inmunológicas (células de Langerhans), cuya tarea es capturar agentes infecciosos y entregarlos a los linfocitos para que el sistema inmune pueda contrarrestar su presencia. Debido a la menor vigilancia en una vía importante de acceso, el cuerpo es más vulnerable a las infecciones (Damasio, 1994).

Durante el aumento del estrés, las catecolaminas (epinefrina y norepinefrina, conocidas como adrenalina y noradrenalina), el cortisol y la prolactina, los opiáceos naturales beta-endorfina y encefalinas se liberan ejerciendo un poderoso impacto en las células inmunológicas. El aumento de los niveles de todas estas hormonas, en el organismo, obstaculiza la función inmunológica. Si el estrés es constante e intenso esta anulación puede volverse duradera.

El estrés no causa la enfermedad en sí, si no que impide la recuperación porque baja las defensas del cuerpo y aumenta la sensibilidad de la persona a los problemas físicos que han existido anteriormente (Reeve, 1994). El estrés tiene la capacidad de debilitar la acción del sistema inmunológico lo que se convierte en un factor de riesgo a la hora de contraer enfermedades infecciosas, cáncer y otras tantas. La ansiedad también está relacionada con el desarrollo de otras enfermedades como el cáncer, la diabetes, asma bronquial, trastornos cardiovasculares etc.

Es importante tener en cuenta que al igual que las emociones negativas afectan a la salud, “las emociones positivas como el Optimismo y la Ecuanimidad, tienen efecto positivo en la salud” (Daniel Goleman).