¿Por qué invertimos tanto tiempo en conocer todo lo externo y no en conocernos a nosotros? Siempre me ha llamado poderosamente la atención esta cuestión. La gran mayoría de las personas con las que me encuentro, durante el camino de mi vida, saben sobre muchas cosas y no saben nada sobre ellas. Les preguntas sobre el Ibex o la prima de riesgo, tan de moda últimamente, y te dan una respuesta, les preguntas sobre su personalidad y responden “lo desconozco” o creen que la personalidad es innata e inmodificable, que les implulsa a la acción de forma incontrolable: “Yo soy así”.

Escribo este artículo motivada por el deseo de que algunas personas puedan comenzar a conocerse, a entender el
porqué funcionan en la vida de una determinada manera. Movida por el deseo de que algunos padres, que puedan encontrarse con estas ideas, comprendan la importancia de lo que transmiten y crean con cada mensaje que trasladan a sus hijos. Movida por el deseo de que tengamos más información sobre nosotros mismos que sobre economía, historia o deportes…

¿Quién soy? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué mueve a mis emociones?
Esto me lleva a hablar de personalidad. Es un tema para extenderse pero intentaré dar unas claves que inviten a la
reflexión. El concepto de personalidad se refiere exclusivamente a los seres humanos. Etiológicamente, personalidad procede del término griego PROSOPON, palabra que designaba a la máscara con la que se cubrían el rostro los actores durante las representaciones teatrales. Por lo tanto, se refería a la imagen, de uno mismo, que se ofrecía a los demás.

En la actualidad, la definición de personalidad es diferente según las diferentes corrientes psicológicas, pero lo que se comparte en todas ellas es que se trata de “un patrón único de pensamientos, sentimientos y conductas, determinados por la herencia y por el ambiente, relativamente estables y duraderos que diferencian a cada persona de las demás y que permiten prever su conducta en determinadas situaciones”.

Es importante aclarar algunas cuestiones que confundimos. Muchos padres hablan de personalidad como si ésta fuera innata al 100% y ellos no influyeran en ella, otras personas consideran que desde niños ya debemos saber enfrentarnos a la vida y “tenemos que tener personalidad” e incluso critican a los adolescentes “porque no tienen personalidad”, etc. Cuando hablamos de las personas aludimos a diferentes aspectos, de la misma, que aunque guardan bastante relación entre sí, son distintas:

– El Temperamento: es la disposición innata que nos induce a reaccionar de forma particular. Está determinado genéticamente.

– El Carácter: hábitos adquiridos mediante el aprendizaje a lo largo de la vida y modificable.

– La Personalidad: engloba dos aspectos, la herencia genética (temperamento), influenciada por el ambiente (carácter), por lo que puede desarrollarse y cambiar a lo largo de la vida.

Si nos centramos en la idea de que la personalidad es un aspecto del ser humano que depende, no sólo de la genética sino también del ambiente, podemos comenzar a entender muchas cosas. Es decir, la herencia genética e predispone a tener ciertos rasgos, sin embargo, no determina que se manifiesten. Por ejemplo, podemos tener  predisposición a la extroversión y que este rasgo se manifieste o no. Es aquí donde entran los condicionamientos sociales (pe: mensajes recibidos del entorno familiar, escolar, modelos observados, etc.).

Muchas teorías psicológicas hablan de la influencia del ambiente (mensajes, modelos y experiencias). Freud ya  hablaba del EGO como aquella estructura de nuestra personalidad que media entre los deseos y las exigencias del ambiente. La teoría conductista explica que la personalidad es el producto de la historia, de reforzamientos utilizados  para cada individuo. Rogers ya consideraba que la diferencia entre una persona sana y una desadaptada se debe a la congruencia entre el yo y la experiencia. Diferentes teorías nos muestran la importancia y la repercusión que tiene en nosotros el ambiente, aquello que vemos y oímos desde que somos niños, aquello que creemos ser porque nos dicen que somos.

Al nacer, el niño es un individuo desprovisto de todos los atributos sociales tales como el lenguaje, las ideas y los hábitos. No es un ser social y no se ha desarrollado aún su personalidad. La personalidad se desarrolla como producto de la interacción con los factores de su ambiente, se aprende a través de la interacción social. Es a través de ello que se conforman aquellas ideas y creencias que nos hacen percibir el mundo de una determinada manera y, de esta visión depende el tipo de emociones que sentimos.

Es importante comenzar a distinguir cuáles de nuestras creencias y conductas pueden ser aprendidas y cuáles decidimos elegir como parte de nuestro ser. De lo contrario, nos moveremos como autómatas en la vida, en función de lo aprendido.

Por esta razón, me gustaría trasladar varios mensajes:

– Si eres o vas a ser padre: este es tu reto, así como un escultor debe dar forma y modelar una escultura, trata de esculpir a tu hijo sin juzgar su material, este material puede ser mejor o peor para ti, pero sólo tú puedes ayudarle a creer que puede brillar. Tu trabajo irremediablemente inculcará creencias, intenta que éstas potencien una personalidad sana y procura no mermarla. Nosotros no decidimos cómo debe ser nuestro hijo, nosotros sólo somos un medio para permitirles y enseñarles a ser ellos mismos.

– Si eres hijo: este es tu reto, tienes la tarea por delante de esculpirte a ti mismo, para permitirte brillar, dejar atrás lo que creíste ser para construirte a ti mismo tal y como tú sabes que necesitas ser.