En estos últimos días he asistido a distintos eventos en los que hacían reflexionar a grupos de personas sobre ellos mismos y su futuro… He podido comprobar cómo la gran mayoría de las personas, si no todos, atribuían a otros (la familia, el jefe, la empresa, la pareja, la sociedad, etc.) la responsabilidad de su estado actual de sufrimiento. Algunas de estas personas se encuentran en situación de desempleo (algunas con formación superior, otras sin formación, con experiencia profesional o sin ella), otras se sienten desmotivadas ante la vida, otras no saben cómo potenciar su imagen profesional, otras están deprimidas o estresadas etc. Personas con diferente problemáticas pero que coincidían en que era “otro” el culpable de su situación: “no tengo trabajo porque el técnico de RRHH no me valora lo suficiente o se fija en determinados aspectos poco importantes”, “no estoy motivado porque mi empresa no se preocupa de ello”, “tengo problemas con mi familia porque ellos no quieren cambiar”, “no soy feliz porque mi pareja no me hace feliz”, “lo he hecho todo y no tengo suerte”, “el me dice, el me hace”, “no gano porque él no lo permite”, “mis compañeros de trabajo me estresan”…

¿Realmente es el otro el responsable de mi sufrimiento? ¿Yo no puedo hacer nada por cambiar la situación? ¿Lo he hecho todo? Reflexionemos sobre esta cuestión. ¿Qué sucede si culpo al otro de mi problema?

Este fenómeno se conoce como “PROYECCIÓN”: Es un mecanismo de defensa por el cual sentimientos, vivencias, rasgos de carácter o ideas dolorosas son proyectados hacia otras personas o cosas cercanas pero que el individuo siente ajenas y que no tienen nada que ver con él. Tendemos a proyectar en el mundo las consecuencias de nuestros actos, buscando la culpa fuera de nosotros mismos. Todo lo que nos resulta agradable lo reconocemos como algo que pertenece al propio “yo”, pero si es algo que resulta desagradable lo queremos apartar de nosotros mismos y lo proyectamos en otros.

Cuando adoptamos esta actitud, ¿qué consecuencias tiene sobre nosotros?

En primer lugar, de forma inconsciente, evitamos la frustración que sentiríamos al reconocer en nosotros estos “defectos” y para ello nuestra mente prefiere “no verlos” y creer que también los tienen los demás o que ellos son los causantes. Por ejemplo, pensemos en alguien que se queja de que nadie le valora y por esto es infeliz. Mientras esta persona mantenga dicho pensamiento no se estará dando cuenta de que quizás sea él o ella quien no se valora lo suficiente, sin embargo darse cuenta de ello produce sufrimiento y para evitar este dolor tratará de proyectar en el exterior de la siguiente manera “ellos me tienen que valorar y no lo hacen”.

Además nos imposibilita percibir la realidad de manera objetiva, ya que nos impide ser conscientes de nuestros verdaderos pensamientos, emociones y conductas. Siguiendo el ejemplo anterior, esta persona no se estaría dando cuenta de que es él o ella la que no se quiere lo suficiente. Una atribución interna, más objetiva seria “YO no me valoro lo suficiente y esto me provoca tristeza o rabia y por esta razón busco la valoración fuera de mí”.

Otra consecuencia es que trunca la posibilidad de valorar si la conducta adoptada es aconsejable o no para nosotros y con ello determinar si seguir manteniéndola o cambiarla. En nuestro ejemplo, la chica se mantendría pasiva esperando que la valoren, ¿es consciente de su actitud pasiva o más bien, considera que es todo lo que puede hacer al respecto?

En definitiva, no nos permite responsabilizarnos de nosotros mismos porque “esperamos que otro actúe por nosotros”, y esperar implica pasividad, por esta razón, nos sentimos frustrados, no estamos haciendo nada por nosotros mismos. Resulta ser una paradoja, lo hacemos para no sufrir cuando, en realidad, estamos sufriendo aún más.

Si el “culpable” o responsable es el otro, entonces le estoy dando poder sobre mi vida… Cuando adopto esta actitud los demás deciden por mí, y es por esto que como no tengo capacidad de decisión ni de acción, me paralizo.

 

Pensamiento: “Para qué voy a hacer nada si yo no tengo nada que hacer al respecto, son los otros los que tienen que hacer algo para cambiar mi situación…”.
Conducta: “Tengo que esperar a que el otro actúe”. Y esto se refleja en nuestra vida…
Consecuencias: Todo estancado, nada se mueve…porque posiblemente el otro esté pendiente de su propia vida y no de la nuestra, como es natural.
Emoción: Rabia, tristeza, frustración, etc.

Entonces… ¿Qué sucedería si no responsabilizara al otro y comprobara que yo soy el único responsable de mi vida y de mis emociones?

Si no pensara que el otro es culpable de lo que me sucede, pensaría que soy yo el responsable (es menos fácil de lo que parece, pero es posible, ser muy sincero con uno mismo y asumir la realidad sin juzgarnos). Podría darme cuenta de la conducta que estoy llevando a cabo y así plantearme la posibilidad de hacerlo de otra forma porque la que he utilizado hasta ahora no me ha sido útil, podría cambiar la situación.

Por ejemplo: “mi familia no me hace feliz y eso que siempre hago lo que ellos quieren”, evidentemente es imposible ser feliz porque “NO HAGO LO QUE YO QUIERO”, en realidad hago lo que otros quieren que haga bajo la convicción de que ellos estarán por mí. ¿No sería más fácil que cada cual estuviera por él mismo?, ¿Qué sucedería si en vez de esperar a que ellos cambien y se den cuenta de que hago lo que ellos quieren y decidan, por mí, hacerme feliz, empezara a hacer lo que yo quiero? Simplemente, el resultado sería que haría lo que yo quiero, contribuiría a mi felicidad y posiblemente ellos también sufran un cambio.
Cuando yo cambio, todo el sistema cambia. Cuando yo me responsabilizo de mi mismo, yo soy el que dirige mi vida. Imagínate que tu vida fuera un coche, ¿lo conducirías tú o se lo dejarías a otro? Si se lo dejas a otro, entonces tendrás que asumir que lo dirija hacia donde a él le plazca. Si lo diriges tú, elegirás tú el camino…

Normalmente, cuando hablo con personas que se encuentran en esta situación, en la que se sumen en la queja de que los otros no hacen lo que ellos quieren que les hagan (por ejemplo: no me hace feliz), les pido que hagan la siguiente reflexión: si yo te dijera que mañana tienes que ser como yo quiero que seas, exactamente como yo quiero, tienes que hacer lo que a mí me apetezca… ¿qué harías? La respuesta suele ser: no lo haría. Entonces, por qué esperar que el otro sea como tú quieras o reaccione como tú deseas, si tú mismo no lo harías… ¿no es mejor que asumas tu propio cambio?

Asumir que yo soy el único responsable de mi vida, de lo que me ocurre, de mi estado de ánimo, en realidad, es un acto desculpabilizador. No es fácil asumirlo, pero el sufrimiento que conlleva hacerlo es mucho menor que esperar que otros lo hagan por nosotros, el coste es menor. “Me doy cuenta de la situación real y me responsabilizo de ello”. Este trabajo consiste en asumir las propias necesidades para poder satisfacerlas, y si no es así, asumir la responsabilidad que corresponde sin quejarse.